Si amigos, Miguel Lopez, multifacético, periodista y melómano empedernido que sabe trasladar al papel esos sentimientos tan difíciles de escribir. Responsable en ocasiones en colaboración con Isabel López, de publicaciones tan fantásticas como "Viaje a Caledonia" biografía de Van Morrison, "El aullido de la Noche", bio de Tom Waits, disco libros como "100 años en la carretera - Homenaje a Jack Kerouak con la colaboración de Jorge Flaco Barral en las músicas, inabarcables obras y todas escritas con la misma pasión de fan. Pero la que nos trae a colación, no es la primera vez que aparece en esta tu-su playa , es esa pasión que siente por la peli "The Last Waltz" de The Band-Martin Scorsese trasladada a su libro "Imposible vivir así" del cual atesoro una copia. Dirty Rock, Etc etc.
Palabras mayores, el texto que nos dedica. Mil gracias amigo:
""Aquella primera vez con Neil
Nunca olvidaré la primera vez que vi a Neil Young. No en
persona, sino en la pantalla del desaparecido Cinestudio Covadonga. Fue a
comienzos de 1980. Yo no sabía quién era ese músico canadiense, pero acudí para
ver El Último Vals, película de un tal Scorsese que me interesaba casi
exclusivamente para aliviar mi incurable fiebre Beatlemaniaca de entonces,
enfermedad recidiva que me asalta de vez en cuando en estos días del milenio
siguiente. Sabía que en ese documental de extraño título salía Ringo Starr. Lo
había escuchado en la radio y no podía dejar de ver a uno de mis ídolos tras
devorar las poquísimas películas donde aparecían los de Liverpool. Dylan
también me interesaba algo a esos 17 años por un motivo muy relevante: salía en
la portada del Sgt. Pepper´s, lo que puede dar una idea de mi bisoñez.
Muchas veces el azar ofrece los mayores regalos cuando se
frustran nuestros deseos. El cine Covadonga (la “Covacha”, decíamos) era un
espacio maravilloso para enamorados del séptimo arte, con programas dobles y
triples a precio de risa, incluso para un tipo como yo que heredaba la ropa de
su primo mayor. Se bebía y fumaba en sus pegajosos asientos. Desde la planta de
arriba caían escupitajos (entonces “lapos”), cigarrillos y también botellas de
cerveza en fase terminal. Lo normal. La sala madrileña cerró a finales de los
años ochenta y nunca se aclaró por qué se achicharró la Covacha en un incendio
durante 1991, cuando llevaba años cerrado y el local carecía de suministro
eléctrico.
El caso es que me quedé algo desilusionado. El adorado
Ringo salía unos fugaces segundos al final del todo, cuando en mi desenfocado
anhelo le correspondía el protagonismo absoluto de la velada. Pero el
largometraje me impactó por varios fogonazos: un extraño tipo que daba patadas
al aire (al que me propuse seguir la pista), el hipnótico Muddy Waters… y ese
melancólico hippy con acústica que me hipnotizó con su armónica.
Tardé poco en husmear el rastro de ese Neil Young que había
acompañado ni más ni menos que al batería de los Beatles sobre un escenario.
Compré pronto mi primer libro musical distinto a mi monotema de los cuatro
ingleses. Y elegí precisamente Las Canciones de Neil Young, de Alberto Manzano,
dedicado “al enanito del bosque”. En la contraportada ponía: “Hola Caradefuego,
bienvenido a mi mundo. Esto es más barato de lo que parece…”. Luego decía: “¿Te
acuerdas de Woodstock, Harvest y Comes a Time? Bueno, aquí está todo eso, pero
recuerda que no solo hubieron flores en mi camino. También eternas noches de
días sin luz me tuvieron cegado durante algún tiempo. Nada más, Caradefuego.
Espero que tengas suerte en tu camino”.
Esa edición de Zafo (Pastanaga Editors) es hoy uno de mis
mayores tesoros. Brilla como el primer día entre varios cientos de volúmenes
dedicados a la música que me rodean ahora, justo cuando escribo sobre estos
recuerdos y pienso por enésima vez que “esta noche es la noche”. Su lectura me
llegó muy hondo y me asalta esa indeleble sensación cuando pienso en cómo
felicitar a los amigos de la Playa y del Rust Festival en estas semanas
astrales en las que compartimos veinte de años de un sueño que, en realidad,
viene de mucho más lejos. Un sueño que regresa desde el norte de Ontario y al
que dediqué un libro titulado The Last Waltz, Imposible Vivir Así, unas páginas
donde intenté devolver con palabras a esa película -en la que apenas salía
Ringo- todo lo que me enseñó de la música y de la vida. Ahí van: “Los
canadienses hacen piña cuando Neil Young (1945) entona Helpless, una de las más
bellas canciones de todos los tiempos. Es una melodía sencilla y dulce, como
debieron de ser los días infantiles del compositor en un pueblo llamado Omemee,
cerca de Ontario, aunque la canción vive más dentro de un sentimiento que en un
espacio físico. Quizá pasa ahora por la cabeza de Young aquel día en 1962 en
que siendo un chaval viaja desde Winnipeg hasta Toronto para disfrutar un
concierto de Ronnie y los Hawks en Le Coq D´Or, pero le expulsan del local por
llevar el pelo demasiado largo. Ese tiempo perdido sobrevuela la canción.
Helpless irradia una nostalgia que mata y da vida al mismo tiempo, horada el
presente y conduce hasta el sitio donde quiere ir la mente, un lugar que ya no
existe, pero siempre latirá cuando la música lo invoque.
La niñez de Young no fue fácil después de esos días de
inocencia. Sufrió polio y sus padres se divorciaron. De ahí procede ese tono
suplicante, el lamento de un niño incapaz de encontrar el camino de vuelta a
casa, la impotencia ante lo que se fue irremediablemente, el dolor ante la
desaparición incluso de los recuerdos. Hay además el deseo de vuelta a la
naturaleza en esta melodía tan folk como country, tan individual como
colectiva. Se percibe en la camaradería de los músicos el lazo con la vida
campestre que unió a The Band con Woodstock, bucólico enclave a un par de horas
de Nueva York, y a Neil Young con su filosofía de retorno al campo, lejos de la
ciudad.
“Creo que ya lo han cogido, Robbie”, dice Young cuando se
cierne el suficiente silencio para iniciar la canción. Con humildad, reconoce
el placer de compartir el escenario con esos hombres. Comienza y en el primer
verso Robertson se equivoca. Danko le dice al guitarrista que ha entrado antes
de tiempo y se ha precipitado. Es el precio de estar siempre abierto a la
improvisación y se paga con gusto. La nariz de Young mostraba amplios rastros
de la cocaína que se había servido segundos antes de salir, en concreto en el
lado izquierdo de sus fosas nasales. “Neil tocó una estupenda versión de
Helpless con una piedra de buen tamaño de cocaína pegada en su nariz”, escribe
Helm. El músico se sentía bastante cansado tras su lejana actuación la noche
anterior y el largo traslado por aeropuertos hasta llegar a San Francisco, por
lo que agradeció una dosis energética. El polvo blanco inunda la época y The
Band se aficiona durante la gira con Dylan de 1974. Graham ha pintado una de
las estancias del Winterland de color blanco, tanto las paredes como el techo.
El suelo está también cubierto por una alfombra lechosa. El único contraste es
una mesa de cristal con cuchillas de afeitar dispuestas sobre ella. Por las
paredes hay recortadas narices de Groucho Marx, docenas de ellas. Es la
Habitación Cocteau, de donde acaba de salir Neil Percival Young. La estancia
rinde homenaje al escritor y cineasta francés, uno de los favoritos de
Robertson. El guitarrista recomendó a Graham que viera el filme Blood of the
Poet como fuente inspiración para comprender el espíritu de la velada.
Scorsese debe borrar la prueba del delito en la
posproducción, con técnicas de rotoscopia, un añejo mecanismo que redibuja cada
fotograma hasta alcanzar la apariencia requerida. A Young no le parece muy
significativo el detalle, pero su manager se planta y exige una limpieza
facial. El retoque resulta bastante oneroso para los draconianos medios
económicos disponibles. “Fue la cocaína más cara que jamás compré”, dijo Robertson.
Helpless se eleva a gran velocidad mediante una armoniosa
progresión musical a la que se suman gustosamente todos los presentes en el
escenario. La belleza de la interpretación deslumbra, como si todos supieran
que el momento es único.
Suben muy unidos a lomos de la serie de acordes. Young está
muy lejos de aquel combate de egos junto a Crosby, Stills y Nash (con ellos
grabó esta canción para el disco Déjà Vu, de 1970), y vuela junto a los grandes
pájaros que atraviesan el cielo. La mandíbula del cantante baila en una alocada
coreografía en busca del micrófono, a la vera de Danko y Robertson. Danzan
alrededor de los micrófonos, sueñan, miran detrás de las estrellas… Es una
indisciplina que se ensambla a la perfección con el alma de Helpless e imprime
un toque de trascendencia que dura toda la película. Dice Young: “Hay una
ciudad en el norte de Ontario, Con sueños, comodidades y recuerdos disponibles.
Y en mi mente aún necesito un sitio adonde ir, Todas mis oportunidades estaban
allí… Azules, ventanas azules tras las estrellas, La luna amarilla que se
eleva, Grandes pájaros volando por el cielo, Lanzando sombras a nuestros ojos.
Nos dejan impotentes, impotentes, impotentes. Cariño, ¿puedes oirme? Las
cadenas están cerradas y atadas a la puerta. Cariño, canta conmigo como sea.
Azules, ventanas azules tras las estrellas, La luna amarilla que se eleva,
Grandes pájaros volando por el cielo, Lanzando sombras a nuestros ojos. Nos
dejan impotentes, impotentes, impotentes...”.
La voz de Young es un estilete que avanza directo hacia el
corazón del sentimiento perseguido. La armónica llega todavía más lejos, allá
donde quiere ir la mente. Las palabras, cada palabra, son música donde el
significado está en el sonido y en nada más que en el sonido creado en ese
instante irrepetible. Ese momento en aquel lugar al norte de Ontario.
Joni Mitchell azuza el crescendo con su voz entre
bambalinas, como una sombra azulada muy presente que orienta a los músicos y
despista al público del concierto. Ambos se habían conocido en un café años
atrás y tardarían casi una década en volver a actuar juntos tras The Last
Waltz. También Helm y Danko habían participado en algunas grabaciones de Young,
como Revolution Blues, del elepé On The Beach (1974).
Es difícil encontrar momentos en Last Waltz que no sean muy
importantes, pero Helpless encierra una pasión que desborda todo dique. “I can
hear you now (Te puedo oír ahora)”, y es cierto. Se puede oír ahora mismo. Casi
todos los que están sobre las tablas han salido de allí, de pueblecitos cerca
de Ontario, y ahora vuelven a marcharse”.
Querid@s amig@s de la Playa y de Rust Festival: A por los
próximos veinte años!!!""
Miguel López
Abrazotes
No hay comentarios:
Publicar un comentario